domingo, 30 de enero de 2011

Finde brenziano (sucursal Giengen)

Nota para entender esta entrada: Aitor (Rivas) vive en Giengen, un pueblo que está en la región del valle del Brenz.

Lo que más me gusta de estar este año en Alemania es la posibilidad de aprender todo lo que estoy aprendiendo y la increíble mejora y desarrollo como profesional que estoy experimentando.
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jajajajajajajajaja eso no hay quien se lo crea. Lo que más me gusta son las juergas que me estoy pegando (aunque es verdad que estoy aprendiendo y mejorando, de hecho soy tan profesional, que hoy domingo a las diez de la noche ya tengo preparadas TODAS las clases de mañana, así que si me acuesto tarde será sólo por escribiros y tener a mi querido público, que sois todos vosotros, informados al detalle).

Bueno, pues este finde empezó el viernes por la tarde, que Corina me invitó a la Spieleabend (noche de juegos) en su casa. El caso es que la otra vez fui en coche y me llevaron, pero esta vez no iba Mar, así que me tocó coger el autobús. Y cuando me bajé resulta que la calle me la habían movido de sitio. Yo no tenía intención de estar mucho rato en la calle, así que llevaba ropa normal, no ropa para estar a - 15 ºC dando vueltas cuarenta minutos. Además si me hubiera llevado su número, pues... simplemente yo no sería yo. En fín que estuvimos charlando y jugando al Saboteur y a otro juego cuyo nombre no recuerdo. Y a las doce y media, a casita que esto es Alemania.

Y ahora, lo que todos estáis (y estábamos desde antes de que llegara enero) esperando: la deformación de Giengen.

¿Vosotros el sábado preparasteis clases? Pues yo tampoco. Me levanté, desayuné, me duché y me fui a recoger a Paula y caminito al Brenz. Por el camino se nos unieron Paloma y Gema y ya nos fuimos a comprar y a empezar a invadir la Pensión Rivas. Después de soltar todo en casa de Aitor empezamos a prepara la comida y de repente apareció un barrilete (cósmico) de cerveza y luego también aparecieron María, Sonia, Marta, Javi y el sobrino el grupo. Y además, que si tortilla, que si jamoncito, que si pulpo, que si vieiras (¡¡¡¡¡VIVA LA COCINA GALLEGA!!!!!) y la cerveza venga a meterse en mi vaso (bueno, en todos los vasos), y yo todos venga a beber, y el vaso los vasos venga a rellenarse. Nada, que al final acabamos nueve personas en la cocina hablando al volumen que hablamos los españoles, y el alcohol y la alegría corriendo por nuestras venas y nuestros corazones, y de repente alguien (diría quien, pero no estaba en condiciones de fijarme en ese detalle) tuvo la mejor idea del mundo: Vamonos a la calle.

Y allí nos veis a los diez españoles invadiendo Giengen y diciendo tonterías y pasándonolo cada vez mejor. Pero claro, los niños de meses es lo que tienen, que tienen que seguir una rutina y sus padres dependen de ellos, así que tuvimos que decir adiós a Pablito, Marta y Javi después de un tour por el Giengen más canalla y de acabar tomándonos unos cafeses (o unas Hefeweizenes, dependiendo del caso) en el bar de la mafia rusa. Creo recordar que también ibamos a entrar en unos de esos locales de moral dudosa, pero como nosotros no somos nada de eso (y además estaba cerrado) acabamos en el de la mafia.

Después de los cafeses/hefeweizenes perdimos también a nuestro miembro más joven (o como diría alguien muy sabia: "la edad no está en el DNI, y si no, mira Paloma"), ahora eso sí, castigo divino: por irse temprano y por ser demasiado responsable, le tocó quedarse tirada una hora en mitad de la nada (Paloma, sin resquemor, que te queremos)... yo por eso las fiestas siempre intendo continuarlas hasta el final (la verdad sea dicha: no siempre lo consigo), no vaya a ser que luego me quede tirado yo solo en mitad de la nada pudiendo estar de fiesta.

En nuestro estado decidimos que lo mejor era disolver el alcohol con comida. Así que nos fuimos a un italiano. Yo no sé cómo ocurrió, pero por lo visto acabé haciéndome amigo del camarero (es lo que tiene ponerse a hablar hasta con las hormigas que van por la calle, que uno acaba cayendo bien... no siempre, pero sí muchas veces) y acabó invitandonos a grapa, perdón a Grappa (aunque luego me he enterado de que siempre invita a Grappa a la gente).

Después del italiano, alguien normal se habría ido de marcha, pero como estábamos en Giengen pues optamos por la versión brenziana de irse de marcha: nos fuimos de cervezas al primer sitio que encontramos abierto. Al rato de estar allí nos echaron porque ya iban a cerrar y nuestra búsqueda de una alternativa fue bastante infructuosa, así que pusimos rumbo de vuelta a la pensión Rivas. Del camino de vuelta no os voy a contar mucho, porque con los cienes y cienes de cervezas que llevaba en lo alto (más los dos chupitos de Grappa, y no sé si algo más) no tengo los recuerdo muy frescos.

Cuando llegamos a nuestro destino nos abrimos la penúltima birra (que resultó ser la última) y nos pusimos a hacer bizcocho y natillas para desayunar al día siguiente. Contra todo pronóstico el bizcocho salió perfecto (no se asustó ni nada)... lamentablemente las natillas no soportaron la presión y no acabaron de cuajar :-(

Por supuesto, a la hora de dormir, también nos lo hemos pasado en grande, todos allí juntitos como buenos hermanos y yo sufriendo la invasión de los rizos, que miraba a un lado y tenía los rizos de Paula y miraba la otro y tenía los rizos de Aitor; pasando (y dando) algunos más calor que otros.

En fin, que como dicen los sabios: noches de alegría, mañanas de tristeza y dolor de cabeza. Pero no pasa nada, porque el Paracetamol es mi mejor aliado y al rato ya estaba como nuevo. El día de hoy ha sido bastante más tranquilo (y resacoso); pero hemos comido en un restaurante griego que estaba bastante bien.

En resumen, que el finde genial y que ya tengo ganas de encontrar una casa en condiciones para hacer una deformación en Öhringen.

PD: No os hacéis una idea de cómo me alegro de haber preparado las clases antes de encender el ordenador para escribir esta entrada...

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