domingo, 3 de abril de 2011

Una semana sin internet me cambia la vida

Pues sí, ya he vuelto por la blogosfera y ¿qué ha pasado desde la última vez que estuve por aquí? Pues de todo, pero mejor empiezo por el principio, que lo mejor está al final (de hecho, está una entrada más arriba)

Llevo vivendo en Öhringen desde el domingo pasado (por eso no tenía internet), y la verdad es que la diferencia entre levantarse a las 6:00 y a las 6:45 se nota y mucho (y más que se va a notar cuando le coja el ritmo a esta casa y me pueda levantar aún más tarde). La semana bastante bien, muy normal, muy relajado todo y sin internet en casa (sólo en el instituto donde miraba el correo y poco más), pero con la posibilidad de salir a la calle, a comprar, de llegarme al instituto a hacer fotocopias para no madrugar al día siguiente o simplemente dar una vuelta por el pueblo, que no os hacéis una idea de cómo lo echaba de menos.

Y así hasta el viernes. El viernes vino el de UPS con el router, pero yo no estaba en casa, así que me dejó una nota diciendo que volvía el lunes. Además era el cumpleaños de Mercedes (otra profe de español que también vive en Öhringen), y cuando iba camino de su casa, me encontré con el tipo de UPS y al final entre pitos y flautas, dimes y diretes, conseguí mi router, me fuí a casa de Mercedes y estuve allí un rato en su cumpleaños. Un par de horillas después fui a recoger a Aitor a la estación, que ha estado aquí de visita este finde. Fuimos a mi casa, instalamos el router y desde el viernes tengo internet y teléfono (y menos mal, porque si no ahora viviría en la ignorancia). Después nos fuimos a cenar por ahí y a explorar el pueblecillo (que ahora sé que sí, que la podemos llamar pequeña ciudad), durante la exploración no paraba de acercársenos gente, y de invitarnos a cervezas y a chupitos (NOTA: puede que no ocurriera exactamente así) y llegó un momento que no puedo contaros, no porque no quiera, sino porque está todo un poco confuso.

Al día siguiente (bueno, más bien, a la tarde siguiente, porque nos levantamos (con mucho esfuerzo) más cerca de las 15:00 que de las 14:00) nos fuimos a conocer Heillbronn, que esa sí que es una ciudad de verdad, con su calles, y su marabunta de gente, y su S-Bahn. Con payasos que hacen formas con globos de esos largos, y niños que se les quedan mirando, con un paseo al lado del río y con Biergarten al lado del paseo, con manifestaciones de ultraderecha y cordones policiales (no todo iban a ser ventajas), con helados que están muy buenos y con Maultauschen como deben de ser (no en sopa, sino fritos, con bacon y queso), en fín, con vidilla más allá de las cuatro calles que forman el centro de Öhringen. Por la noche volvimos en el S-Bahn (porque ahora vivo en una ciudad con S-Bahn) y a pesar de que estábamos echos polvo (del día en Heillbronn, y sobre todo, de la noche anterior), cenamos una truchas, jamón y chorizo riquísimos que trajo Aitor y nos fuimos al irlandés, a darle una segunda oportunidad; pero no es que el viernes llegásemos demasiado tarde, es que no es un irlandés de verdad.

Y ya hoy por la mañana, después de desayunar fresas como unos señores, se ha ido Aitor, y he puesto una lavadora. Al rato me ha llegado un mensaje de mis padres, pero eso se merece una entrada propia.

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