viernes, 29 de marzo de 2013

Semana Santa

No soy yo muy capillita, no me gusta demasiado ir a ver procesiones, a lo mejor porque ya he visto bastantes, a lo mejor porque ya he pasado bastantes semanas santas yendo de un lado a otro buscando pasos y viendo nazarenos, a lo mejor porque de pequeño yo mismo salí varios años de nazareno. Pero el caso es que la bulla que se forma me agobia muchísimo. Y sin embargo, de un tiempo a esta parte son unas de mis vacaciones preferidas. Y más aún este año.

Empezó de la mejor forma posible, con la boda de dos de mis mejores amigos. Parece que este año voy de boda en boda y tiro porque me toca, pero esta ha sido especial, conozco a los novios (ya esposos) desde hace tanto tiempo que casi ni me acuerdo. Hay gente que cuando vengo a Córdoba se me puede pasar ver, hay gente con la que a veces no puedo quedar, pero venir a Córdoba y no verles es como venir y no ver a mis hermanas, así que os podéis imaginar la alegría que me ha dado que se casen.

La boda fue fenomenal. Nada más salir de la iglesia nos mojamos como pocas veces y fue montarnos en el autobús para ir al convite y dejar de llover. Pero nos divertimos (o al menos yo me divertí) como no me divertía desde hace mucho tiempo. Tampoco me voy a perder en detalles de la boda, pero sí tengo que decir que fue como estar de fiesta más de doce horas seguidas con mucha de la gente que más quiero. Y si pudiera repetirlo cada semana, lo haría sin dudar. Aunque algo me dice que de aquí a un par de años lo vamos a repetir más de una vez. En serio, me lo pasé tan bien y me alegro tanto por ellos que no sé cómo escribirlo por aquí.

Pero la boda terminó, cada uno se tomó los ibuprofenos que necesitara y el mundo siguió girando. El resto de las vacaciones se pueden definir con una palabra: despedida. A veces tengo la sensación de que vengo a Córdoba nada más que a saludar y cuando apenas he llegado ya me estoy despidiendo de nuevo de la gente. El martes quedamos los que estábamos en Córdoba (y nos enteramos) de nuestra mesa en la boda (y los que aunque no cabían también pertenecían a nuestra mesa) para tomarnos un café y al final no volvimos tarde cada uno a nuestra casa, pero la verdad es que estuvo más que bien. Hubo conversaciones que no me esperaba, que aún me siguen rondando la cabeza y risas, muchas risas, lo que necesitaba.

El miércoles ya seguí con las despedidas de más buenos amigos. Por la mañana me despedí de la cordobesa de Jena (aunque ya no esté allí) que nos ha dado un alegrón inesperado. No sé si la veré en Alemania o ya la próxima vez será en Navidad. Por la tarde celebramos el cumpleaños de mi sobrino y nos juntamos en su casa más de veinte personas y mis tres personitas preferidas, a los que más echo de menos cuando estoy en Alemania. Por la noche me despedí hasta el verano (como mínimo) de otros dos de mis mejores amigos desde 1° de EGB a la vez que descubrí a Ignatius, un monologuista de la Paramount.

Ayer la lluvia dio una pequeña tregua y fue el único día que todas las procesiones pudieron salir y no tuvieron que volverse antes de tiempo, así que aproveché, vi salir el Esparraguero con parte de mi familia, cené en casa de mi hermana y me fui de bares, en concreto al Natali, a celebrar que me lo descubrieron la Madrugá de hace un año.

Y bueno, poco más, he acabado de corregir una clase, y ahora estoy oyendo como llueve y esperando que llegue la noche para seguir despidiéndome.

1 comentario:

Mari dijo...

Qué grande eres Antoñín! Gracias a ti por pegarte el viaje sólo por acompañarnos en éste día tan especial para nosotros. Si fue inolvidable es porque reunir a todas las personas que más quieres en un subidón. Estamos felices!! :)