martes, 23 de abril de 2013

Tschüss, mein Zweirad

La primera supongo que fue cuando era chico, pero esa la heredé y apenas me acuerdo de usarla en condiciones, así que no cuenta. Después mis hermanas me dejaron alguna vez la suya, pero tampoco era mía. La primera de verdad mía, que usaba de forma regular fue en Berlín y era una Diamant. El otro día Carabanchelero me preguntaba que si la RDA había dado algo bueno al mundo. Pues sí, dio bombillas que duraban más de 40 años (y no esas mierdas que no llegan ni a 5000 horas = menos de 7 meses), dio al Ampelmann, dio al Sandmännchen (vale, éste también estaba en la RFA) y sobre todo la RDA le dio al mundo las bicicletas Diamant. Y yo tuve una. Era azul y me dio más de un susto y muchísimas alegrías, pero era de la RDA y aguantaba carros y carretas (como los Ossis). Me costó diez euros y la revendí por siete antes de volverme a España. Tres euros, tres meses, como un alquiler de un euro al mes. No sé si será la mejor bici que he tenido hasta ahora o que cuando uno es erasmus sus estándarers de calidad se rebajan ligeramente ¿O a vosotros os parece normal estar viviendo un mes (no un mes cualquiera, no, junio) sin frigorífico?
No os hacéis una idea de lo que me ha costado encontrar la foto. Y sí, ése era yo antes de engullirme a mí mismo.
Y luego cuatro años y medio de sequía. Dicen que uno nunca se olvida de montar en bicicleta, pero si alguna he estado a punto de hacerlo fue entre Berlín y Öhringen. Sin embargo al llegar a Öhringen, un profesor me prestó una bici que le sobraba para que yo pudiera usarla mientras estuviese en el poblado. Además en aquella época ya tenía el blog, así que lo conté por aquí con fotos incluidas. Me alegré tanto que incluso hice un bizcocho, pero mejor lo leéis por vosotros mismos. Al final me fui del poblado y tuve que devolver a Kreidlerina.

Así que una de las primeras cosas que hice nada más llegar al norte fue comprarme una bici. Negra, de segunda mano y más mala que pegarle a un padre con un clacetín sudao y luego pedirle pal cine. Pero me ha dado muy buenos apaños y hemos sufrido mucho juntos. Ya sabéis de lo que hablo ¿verdad? Normalmente voy en bici a todos lados dentro de Osnabrück, y cuando salgo de Osna voy en tren, así que si combinamos ambas ya habréis averiguado que a la estación voy en bici. Pues bien el viernes pasado fui raudo a coger el tren para irme por ahí de picos pardos todo el fin de semana (como, por otro lado, viene siendo habitual los últimos ¿cinco años?) y al volver el domingo exhausto después de siete horas de tren (que parece mucho, paro a todo se acostumbra uno) me encuentro con el faro de atrás roto (que me dio un poco igual porque de todas formas no funcionaba), la rejilla de llevar cosas doblada y lo que es peor de todo, la rueda trasera (o el freno) de tal forma que, aunque a simple vista era imperceptible, costaba la misma vida que rodara. Así que entre gastarme lo que me quieran pedir por reparármela (otra vez, que ya tuve que cambairle la cadena al mes de comprármela) y volverme una víctima más de la obsolescencia programada y entrar en el círculo vicioso de comprar-tirar-comprar, al final me he decido por engrosar la cuenta corriente del Sr. Decathlon y donarle la bici vieja a Cáritas (aunque está tan mal que casi me da vergüencita), que aquí tiene una tienda de cosas de segunda mano para financiarse.

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