domingo, 27 de octubre de 2013

Críticas y alabanzas

Cuando estaba en primero de carrera hice una exposición en la clase de Lingüística sobre los silabarios japoneses: el Hiragana y el Katakana. Allí estaba yo, delante de gente que había conocido un par de meses escasos antes y con quienes apenas me unía nada (aquel año sólo había clase lunes, martes y miércoles, así que la mayoría huía a sus pueblos el miércoles por la tarde, no salíamos juntos ni nada, eso vino después) hablando de un tema que en realidad no nos interesaba a ninguno de los presentes, encima de una tarima con más de treinta pares de ojos (que ahora parecen pocos, pero para mi yo de hace once años era un mundo) mirándome y juzgándome (porque, seamos francos, cuando vamos a una clase, un curso, una conferencia o cualquier cosa en la que habla un "experto", empezamos a juzgarle desde el minuto cero).

En japonés, "padre" se dice "chichi"
Cuando terminé mi exposición sobre los silabarios, me ocurrió algo que no me había ocurrido nunca hasta entonces y a lo que no supe reaccionar porque no me lo esperaba de ninguna de las maneras: la gente empezó a aplaudir. O mejor dicho, la gente empezó a aplaudirme. A mí. (Y sé que fue a mí porque a la que hizo antes su exposición no le aplaudieron). En aquella época no reaccionaba mal de todo a las críticas (suelo ser bastante autoctrítico, demasiado), pero sí a la alabanzas (por ejemplo que me aplaudieran).

Hay quien dice que eso (aceptar mejor las críticas negativas que las positivas) le sucede a la gente con complejo de inferioridad. Y algo es seguro. En aquella época lo mío no era complejo de inferioridad, lo mío sobrepasaba cualquier definición posible.

Pero el tiempo pasó, empecé a conocer gente (y mejor a mí mismo), me fui a Berlín, donde conocí a más gente (y mejor a mí mismo); me fui a EEUU, donde conocí aún a más gente (y aún mejor a mí mismo); seguí viajando (mejor dicho emigrando) y conociendo a gente y esa gente iba conociendo nuevas versiones de mí (por decirlo de alguna manera) y yo también. El caso es que cada vez iba a aceptando mejor las críticas positivas. Y cada vez iba habiendo menos críticas negativas.

Hasta que disminuyó la enorme autocrítica que me caracterizaba.

En una serie (diría que fue en True Blood, pero es que no me pega) un personaje dijo una vez que las críticas ("insultos" creo recordar que dijo) que nos molestan son aquellas que sabemos en el fondo que tienen razón. Si alguien dice que tengo la piel azul o tres pares de ojos, me río en su cara porque sé que es mentira. Pero si alguien me dice que en ocasiones soy mezquino, me jode y me cabreo muchísimo... porque soy consciente de que lo he sido, sobre todo con personas a quien quiero muchísimo.

El otro día, una persona que sabe mucho (y que me aprecia bastante) me dijo su opinión sobre un aspecto mío que me dejó K.O. Vamos que lo que más me jodió no fue lo que me dijo, fue que tenía razón.

Esta semana hablando con Lau (los dos rondamos al treintena), los dos decíamos cuantísimo hemos cambiado desde que teníamos 20 años. Y por supuesto a mejor. Ahora tengo más kilos y menos pelo, pero no me cambiaba por mi yo de hace diez años NI DE COÑA. Eso sí, aceptarse uno mismo y aceptar las críticas positivas tiene una desventaja. Y es las críticas negativas realistas joden que no veas.

No hay comentarios: